La responsabilidad
del porvenir
El gran reto para la sociedad en el siglo XXI será encontrar soluciones globales efectivas para liberar a tres cuartas partes de la población mundial de la trampa maltusiana de la malnutrición, la hambruna, la escasez de recursos, las migraciones forzadas y los conflictos armados.
PAUL KENNEDY,
Preparing for the 21st Century
I.
La situación global, el momento nacional, nos reta a todos. Emplaza a la sociedad en su conjunto porque en el camino se ha quedado atrás el desarrollo y la mejora económica y social. Se ha descompuesto la convivencia y se han mantenido la incertidumbre y la violencia. De manera relevante también se ha perdido la esencia de quiénes somos y a dónde vamos, en un olvido sensible para la unidad y valores sostenibles del país. Se ha perdido también la identidad nacional, aquella que además de darnos pertenencia pudiera presentarse con orgullo a la sociedad global del siglo XXI. Se extravió ese sentido de futuro que en el pasado nos convocó a todos hacia un proyecto de nación.
“¿De qué hablamos cuando hablamos de México?” - cuestiona Lomnitz- “El país ha cambiado a tal velocidad durante las últimas tres décadas que es difícil, si no imposible, definir hoy sus contornos? ¿Dónde empieza y dónde termina la nación? ¿Quiénes somos? ¿Qué ideas y prácticas nos representan? Esto es, por lo pronto, seguro: los viejos relatos sobre la nación y la mexicanidad ya no sirven en nuestra conflictiva, asimétrica, inabarcable sociedad contemporánea” (Lomnitz, 2016).
Recuperar esa identidad pérdida, ese rumbo extraviado, ese orgullo de país, esa unidad nacional, se presenta entonces como un punto de partida de nuestro tiempo. Si no sabemos quiénes somos, si olvidamos de dónde venimos, difícilmente sabremos que queremos. Pero sobre todo, saber dónde estamos situados, cuáles son las causas mediatas de los problemas, su magnitud y cómo podemos resolver esos retos sin evasiones discursivas.
La recuperación del ethos nacional no puede olvidar el pasado, pero debe tener como criterio articulador la apuesta de futuro, la cual debe inspirar al esfuerzo colectivo en aras de un progreso para todos. De una mejora que trascienda las voces modernas de su negación y lo ubique en toda mejora o innovación favorable a la vida nacional, en un proceso de cambio material y moral que ofrezca un mejor futuro (Zaid, 2016). Sólo así será posible convocar a los escépticos y sobre todo, entusiasmar a las nuevas generaciones que ya nacieron en democracia y desconocen el contraste de la vida sin ella.
II.
De manera particular el debate no podrá olvidar las nuevas estrategias de un desarrollo económico que no solo se cuestiona en México, sino que forma parte de una gran reflexión de la sociedad global en su conjunto.
Resulta evidente que con lo logrado en materia económica los últimos 30 años no alcanza y que la época de crecimiento del 2% promedio del Producto Interno Bruto (PIB) del país no ha sido suficiente para resolver las demandas de más de las dos terceras partes de la sociedad mexicana.
¿Por qué no hemos podido romper el cerco del 2% promedio en estas últimas tres décadas? ¿Por qué hemos persistido en una estrategia económica que no le está brindando al país lo que necesita? ¿Hay alguna otra alternativa en la economía global que en el mismo periodo este brindando un mayor crecimiento a naciones en vías de desarrollo? ¿Cuáles serían las posibilidades de México? Y de manera fundamental, ¿Cuáles son los cambios de la economía global para 2050; sus principales fortalezas y amenazas? ¿Cómo podría México transformar positivamente su realidad económica actual para la primera mitad del siglo?
Estos y muchos otros cuestionamientos son parte de una agenda económica no resuelta que forma parte del debate de una responsabilidad del porvenir nacional.
Resulta evidente que las políticas económicas no podrán seguirse aplicando de manera inercial como se ha hecho hasta ahora; y la compensación social vía subsidios, más allá de su alivio, no puede considerarse como una nueva estrategia nacional de crecimiento-desarrollo. México debe asumir un liderazgo en la búsqueda de alternativas que permitan crecimiento con inclusión, desarrollo con libertad y riqueza con igualdad.
En esta búsqueda, la oportunidad económica comercial (nearshoring) que se le presenta al país derivada de la confrontación económica entre China y Estados Unidos debería ser atendida eficazmente en toda su magnitud.
III.
La dimensión social es prioritaria. La desigualdad se expresa de muchas formas disruptivas. Su origen está en la ecuación economía-política. Ante el déficit de estas dos variantes las diferentes asignaturas de lo social padecen su deterioro.
La apuesta social debe ser amplia y ambiciosa. Uno de sus primeros aspectos reside en la educación integral acorde a la tercera década del siglo XXI, en el marco de la Primera Revolución Digital. Qué enseñar, cómo y para qué son cuestiones clave. Pero también es fundamental fortalecer los servicios de salud, repensar las políticas de vivienda, reencauzar las políticas sociales para atender los problemas estructurales y reconstruir el tejido social que se ha desmadejado. La violencia es una expresión de esa ruptura y de esa descomposición que germina en la pobreza.
La dolorosa experiencia 2020-2022 derivada de la pandemia por coronavirus SRAS-CoV-2 (COVID 2019), se presenta como una lección y advertencia para que la tragedia del desabasto en materia de recursos sanitarios no vuelva a repetirse.
IV.
Los retos de nuestra realidad nacional transitan de manera paralela con un cambio mundial que no puede soslayarse.
El mundo asiste a un cambio de era geopolítica en la que la hegemonía detentada por Occidente (la Unión Europea y Estados Unidos) presenta un declinamiento respecto al fortalecimiento de Asia del Este (China y 17 naciones asiáticas), dando lugar al inicio de un recambio del Atlántico al Pacífico, que a pesar de estar en medio de un gran debate, sus consecuencias ya se han venido revelando de manera gradual y persistente desde principios de siglo.
Esta nueva realidad geopolítica ha puesto en evidencia la competencia de diferentes estrategias económicas que de manera general se esquematizan como: Socialismo de Mercado de parte de Asia del Este, y modelo neoliberal, por los Estados Occidentales. Estos dos modelos desde 1970 vienen sosteniendo un debate por el desarrollo en el que la mejor parte, como se sabe, la han sacado los países asiáticos, con su consiguiente fortalecimiento económico y social; en contrasentido aparece un principio de debilidad económico política de los países europeos y del propio Estados Unidos. Basta decir al respecto que como resultado de esta competencia económica de 2015 a 2025 el 90% de la clase media que se generará en el mundo corresponderá a los países de Asia del Este y que para 2030 la clase media occidental verá disminuir su participación porcentual en la materia en un 50 % promedio (Homi Kharas,2017).
En el mismo sentido, esta nueva realidad ha expuesto el choque de dos visiones geopolíticas que más allá de la idoneidad de cada una de ellas, la política de China, en términos generales, se ha mostrado más eficiente respecto a su dialogo con la globalización del siglo XXI. A diferencia de lo anterior, la mayoría de las naciones occidentales denuncian una insatisfacción con los resultados de su quehacer político y de su manejo económico.
Mientras en China y una buena parte de los países del Este y Sudeste Asiático priva la idea de un éxito económico y vocación de dominio geopolítico para el presente siglo, en Occidente se habla de un desorden global y de una sociedad del desencanto que lo único que pretende es la restitución de los privilegios perdidos.
Ante la dimensión histórica, geopolítica, y económica y tecnológica de la transformación global del Atlántico al Pacífico, evidenciada de manera preocupante ante el surgimiento de la guerra entre Rusia y Ucrania y las delicadas tensiones entre China y Estados Unidos, el debate en México no puede dejar pasar las nuevas realidades que ya desde hace algunos lustros se le presentan de manera recurrente a manera de amenazas o de oportunidades, sin que a la fecha haya reaccionado de manera consistente.
El país tiene la oportunidad de revisar y reconstruir no solo su papel en esta nueva geografía del mundo que estará expandiéndose a 2050, sino que también, ante nuevas alternativas del desarrollo económico, tecnológico y político, tendría que hacer una revisión integral que le permita entrar a la nueva dinámica del siglo XXI.
Habrá que subrayar de igual modo que el presente siglo no se presenta similar a ninguno otro de los que lo han precedido y que de manera vital, del 2000 al 2050 se estarán resolviendo temas inéditos antes nunca enfrentados por la sociedad global como el fin de la era industrial, el fin de la era carbónica, la substitución tecnológica, el reto de la sobrevivencia ambiental, la era de los servicios de alta tecnología en el marco de la Primera Revolución Digital, el agotamiento de recursos naturales, altos niveles de desigualdad económica global y desempleo, ingentes flujos de migración, etc., los cuales no permitirán la improvisación, ya que su mala lectura y administración redundará, como ya es el caso, en perjuicio del bienestar de la mayoría de los gobernados.
V.
“La idea de responsabilidad- dice Innerarity- está más bien inclinada hacia el pasado; tenemos que dar cuentas por lo que hemos hecho o dejado de hacer; …” Sin embargo agrega …“ hay que ir más allá de un concepto de responsabilidad limitado a las obligaciones respecto del pasado y expost, abriéndolo a una orientación hacia el futuro”. Concluyendo que “En cualquier caso, la política no podrá estar a la altura de las responsabilidades que le competen, si no consigue introducir reflexivamente el futuro en sus decisiones. Tiene por delante una tarea para la que nadie le puede sustituir: mejorar el saber político del que dispone para enfrentarse prospectivamente a los desafíos del futuro en lugar de limitarse a la gestión improvisada de la crisis” (Innerarity, 2009).
La primera mitad del siglo, en el marco de sus grandes retos, en su histórica renovación, se abre como una oportunidad para todas las naciones del mundo que sepan entenderlo.
La tercera década del siglo XXI se presenta como una puerta abierta a la reflexión respecto al surgimiento de un mundo nuevo. Ante el debate sobre un mejor presente y futuro nacional, LA RESPONSABILIDAD DEL PORVENIR debería ser razón suficiente para que esto ocurra.